Varias décadas atrás era común escuchar en los campos dominicanos la frase, aún resonante, “Quien corta un Pino, mató a un guardia” procedente de la voz de las autoridades.
Esta frase intentaba promover el cuidado de ésta especie forestal, nativa en el caso del Pinus occidentalis, y de una grandísima importancia maderable. Con la misma se daba una alerta al pueblo, no sólo de la importancia del árbol, que en cierta medida pudo no entenderse a cabalidad, sino también de las implicaciones que enfrentaría el responsable de quitar la vida a un Pino al ser juzgado. Eso sí estuvo bien claro y ningún agricultor querría responder a tal acusación durante épocas con severas políticas militares.
Con ésta medida, catalogada como represiva por la mayoría, se tenía de un lado la voz oficial ocupada en preservar los recursos naturales y del otro lado dejaba agricultores confusos con la incertidumbre del por qué proteger a un árbol que duraría años para ofrecerle beneficios en cambio a sus cultivos que les mostraban el sustento diario cada año.
La realidad trajo consigo prácticas ocultas de parte de los campesinos quienes evitaban de cualquier manera el crecimiento en sus fincas de algún pino, no por ser enemigo del mismo sino para evitar ser perseguidos cuando al quemar sus tumbas el fuego afectara a los pinos. Preferían cortarlo “chiquito”.
Así las autoridades promovieron lo que no querían, logrando exactamente lo que no querían por no enseñar lo que se quería. La triste realidad expresada, similar a otras, constituye un poderoso ejemplo de las respuestas del pueblo desconocedor cuando se le reprime antes de educarle y ofrecer alternativas viables.
El camino es la concientización y la búsqueda conjunta de alternativas, no solo en las actividades amigables al ambiente y preservación de los recursos naturales, sino en todas las realidades.
Luis B. Gómez L.
29 de abril de 2009
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